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septiembre 27, 2018
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Isla de los Ignorantes. Los habitantes se llaman «ignorantes» por su total ignorancia. En la isla nadie es ni debe ser sabio, pues todo debe hacerse por ignorancia […].

(Françoise Rabelais: Le cinquiesme et dernier livre des faicts et dicts du bon Pantagruel, auquel est contenu la visitation de l’Oracle de la dive Bacbuc, et le mot de la bouteille; pour lequel est entrepris tout ce long voyage. París, 1564.)

Alberto Manguel & Gianni Guadalupi: Guía de lugares imaginarios. Madrid (Alianza), 2014², p. 276

Islas de los Impíos. Archipiélago […] envuelto por una desagradable bruma de olor insoportable, que recuerda la carne humana quemándose en medio de asfalto, azufre y pez. […] De ningún lugar preciso sale una mezcla de gritos y lamentos, como de mucha gente padeciendo. 

(Luciano de Samosata: Relatos verídicos. Siglo II)

Alberto Manguel & Gianni Guadalupi: Guía de lugares imaginarios. Madrid (Alianza), 2014², pp. 280-281

Isla de las Industriosas Abejas. Todos trabajan y nadie tiene tiempo que perder. En ninguna parte se observan vagos o vagabundos. […] Los peces que pueblan el mar que circunda la isla son, en cambio, muy corteses y facilitan al viajero todo tipo de información.

(Carlo Collodi: Le avventure di Pinocchio. Florencia, 1883.)

Alberto Manguel & Gianni Guadalupi: Guía de lugares imaginarios. Madrid (Alianza), 2014², p. 281

-En la isla donde yo nací -decía Gallager-, que se llama Inniskea, se agradece mucho las tormentas y tempestades debido a los naufragios. Luego, todos corren a la playa a recoger los restos. Allí se encuentra de todo. Se vive bien en nuestra islita de Inniskea. […]

-Vuélvete ahora misma -dijo Caffrey-, que no se habrán acabado los naufragios.

-¡Qué van a acabarse! Para eso tenemos una piedra en el pueblo

-¿Una piedra?

-Sí. Vestida con un trozo de franela, igual que un niño de pecho. A veces, sin saber por qué, se presenta una racha de buen tiempo. La gente se muere de hambre: se acaba todo. Entonces sacamos la piedra y la paseamos por toda la isla, sobre todo por la parte de los acantilados. Y no falla nunca: el cielo se pone negro, los barcos pierden el rumbo y, a la mañana siguiente, recogemos sus restos. Hay de todo: latas de conserva, astrolabios, grandes ruedas de queso, reglas graduadas…

Raymond Queneau: Siempre somos demasiado buenos con las mujeres. Barcelona (Seix Barral), 2016, pp. 33-34.

Insulae incognitae. Los habitantes de estas islas […] llevan en sus prados floridos una vida natural e idílica. En un clima eternamente benigno, gozan de los más que abundantes bienes que les proporciona una naturaleza pródiga. […] Sus orejas se cierran con un especie de tapa. […] Su lengua […] está dividida en dos lóbulos, de forma que pueden emitir con varias voces todos los sonidos posibles y también hablar a dos personas a la vez.

En estas islas afortunadas no se conocen ni la ambición, ni las pasiones ni los tumultos, sino que todos viven en una armonía perfecta.

(Yámbulo: «Insulae incognitae in Oceano meridionali», en Diodori Siculi bibliothecae historicae libri. Londres, posth., 1933-1957.)

Alberto Manguel & Gianni Guadalupi: Guía de lugares imaginarios. Madrid (Alianza), 2014², pp. 287-288

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